Desde Dante hasta Borges, el Sumo Pontífice recomendó novelas, poesía y fantasía como caminos hacia la empatía, la fe y el alma humana. La literatura fue, para él, tan vital como la oración.
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La muerte de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, ocurrida este lunes, marca el cierre de una era en la historia del Vaticano. Pero también deja tras de sí una huella menos convencional: la de un pontífice que nunca dejó de ser lector. Desde sus días como profesor de literatura en Santa Fe, en los años 60, hasta sus últimos escritos en Roma, el Papa defendió con pasión la lectura como una herramienta de introspección, consuelo y transformación espiritual.
En una carta publicada en julio de 2024, instó a incluir novelas y poesía en la formación sacerdotal. “La literatura nos ayuda a desarrollar una empatía imaginativa”, escribió. Entre los libros más citados por el Papa se encuentra La Divina Comedia, de Dante Alighieri, a quien consideraba “el poeta de la misericordia”. También destacó la obra de Dostoyevski, especialmente Memorias del subsuelo, como una ventana al alma humana y sus contradicciones.
Francisco no evitó recomendar libros menos conocidos. Señor del mundo, de Robert Hugh Benson, fue una de sus lecturas favoritas: una distopía escrita en 1907 que advertía sobre los peligros del poder sin valores. También se identificó con Joseph Malègue y su visión de una “clase media de la santidad”: fieles comunes que viven la fe en silencio y sacrificio.
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Entre sus lecturas argentinas, Leopoldo Marechal tuvo un lugar privilegiado, y en sus recuerdos infantiles reaparecía siempre Los novios, de Alessandro Manzoni, libro que le leía su abuela y que aún conservaba en su mesa de noche. Además, Francisco sorprendió a muchos reivindicando Las crónicas de Narnia, de C.S. Lewis, como una lectura útil para seminaristas.
La poesía también fue central: T.S. Eliot, Friedrich Hölderlin y Jorge Luis Borges ocuparon sus citas más sentidas. De este último fue amigo personal y admirador constante. A menudo repetía los versos de una oda de Hölderlin a su abuela, que decía lo conectaban con su propia infancia.
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En sus últimos años, el Papa defendió la lectura no como un lujo, sino como una necesidad espiritual. “Leer es detenerse a mirar y escuchar”, escribió en su última gran carta sobre literatura, publicada en ocho idiomas. “No hay nada más contraproducente que leer algo por sentido del deber”, advertía, recordando sus años de docente, cuando cambiaba el programa para entusiasmar a sus alumnos con García Lorca en lugar de El Cid.
Francisco deja así no solo una herencia teológica y pastoral, sino también un mapa literario de humanidad, sensibilidad y fe. Un legado silencioso que sobrevive en los libros que recomendó y en las vidas que tocó a través de la palabra escrita.