En el paisaje rural de Argentina, el tero es más que un simple huésped de los campos. A lo largo de generaciones, el canto agudo de esta ave ha sido interpretado como una señal de alerta o de presagio. Según el folclore, cuando el tero canta, algo está por ocurrir en los alrededores, ya sea la llegada de lluvias, de visitas inesperadas o de una amenaza cercana.
Esta especie, denominada Vanellus chilensis pero también conocida como queltehue o quero-quero, habita tanto en espacios abiertos como en zonas más pobladas. Por eso es frecuente encontrarla en campos, lagunas, cañadas e incluso en patios de viviendas. Por lo tanto, cuando el tero deja oír su voz, aquel que trabaja o reside en el lugar deja de permanecer ajeno al entorno.
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Este comportamiento tiene una base en la naturaleza del tero. Territorial y protector, el ave emite aquel canto de alarma cuando cree que alguien o algo pone en riesgo a la cría o a su territorio. Además, tiene métodos más avanzados de defensa: puede simular una herida para llevar al intruso lejos de nido o incluso aplicar vuelos rasantes para disuadir a cualquier depredador.
El tero mide entre 30 y 36 cm, tiene una cabeza grande de color gris, patas rojas muy largas, espolones en las alas y una colorida mezcla de plumas que va del verde oliváceo al blanco. Además de animales invertebrados, también puede consumir pequeñas lagartijas o carne cruda cuando tiene oportunidad. Por eso, más que una simple ave ornamental, el tero es una pieza clave en el equilibrio de los espacios abiertos.
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Este guardián alado deja así una profunda enseñanza en el paisaje rural. La gente interpreta en su canto mensajes de alerta, de comunidad y de territorio protegido. Por eso el tero continúa vivo en el folclore como un centinela de lo que ocurre en el entorno, ayudando tanto a animales como a humanos a permanecer más atentos a lo que les rodea.
Fuente: Canal 26.