sábado 20 abril 2024

La pelota no termina de bajar nunca

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Actualizado: 03:23 20/04 | downtack.com

El escándalo mayúsculo que rodea a la Superfinal de la Copa Libertadores, en lo que debió haber sido el acontecimiento del siglo para el fútbol argentino, fue como una bomba larga de 40 metros que no sabemos a dónde va a caer, cómo va a caer, si vamos a poder dominar la situación o si la devolveremos a la tribuna en el intento de despejar.

En efecto, hace rato que el fútbol anda a los pelotazos, sin ton ni son, y cuando parece que la pelota volviera a la tierra para que un alma caritativa la ponga bajo la suela, siempre aparece un malvado a los codazos, amparado en la impunidad que otorga un juez arbitrario, para reventarla otra vez a las nubes sin destino.

Jueces arbitrarios abundan, dentro y fuera de la cancha, y aunque se intente esconder la basura debajo de la alfombra, nadie puede disimular que hay un montículo de tierra, o de barro, que ensucia a varios.

A cualquier ciudadano común que le encontraron algo así como 10 millones de pesos y cientos de entradas y que no pudiera comprobar porque estaban allí, en medio de una investigación que ya estaba en curso, le resultaría difícil no sólo dar explicaciones, sino a volver a recobrar la libertad. Pero algunos personajes ilustres de las tribunas del fútbol argentino tienen «licencia jurídica» y ni siquiera son llevados a una dependencia policial.

Por el contrario, llenos de ira por el injusto proceder judicial, cobran rápida venganza y arruinan la fiesta de un club y dejan azorado, angustiado, a todo el mundo del fútbol.

La dirigencia, salpicada por un accionar que amparan, en menor o mayor medida, desde siempre, sacude rápidamente el polvo de los manuales de la excusa y la victimización y se inmola ante los hinchas, los socios, sus pares, la Confederación Sudamericana, la FIFA y ante Dios y María Santísima.

Las casualidades no existen aunque cuando el fútbol parezca un deporte ilógico y muchas veces impredecible, las circunstancias que aquejan a la crisis del fútbol argentino siempre van a tener un correlato con algún hecho cercano o lejano.

Sin ir más lejos, pasó un poco más de una veintena de meses de aquel bochornoso 38-38 en la elección de AFA, que lejos de iniciar una refundación, terminó colocando a un presidente por la ventana y con serias dudas sobre su legitimidad.

Lejos de olvidarnos de aquel monopólico e interminable «Todo Pasa» de don Julio, la elección de 2017 terminó siendo una reverberancia de aquella época que llevó al fútbol a una situación terminal, más allá de los logros eternos a nivel selección como los dos campeonatos mundiales, algunas Copas América y la vicepresidencia de la FIFA.

La selección. Otro tema plagado de cuestiones que reflejan con absoluta crueldad las miserias del fútbol argentino.

Hace pocas un jugador argentino de un club parisino declaró que le pidió al novel técnico Lionel Scaloni volver al equipo albiceleste, como si fuera un trámite administrativa, como si tuviera la camiseta reservada, como si ya no existieran las ordenes de mérito, sino los antecedentes de algún logro ya lejano o la «chapa» que otorgan las altas cotizaciones. Se trata del mismo futbolista que se lesionó justo en dos finales importante o que transitaba el carril con la cabeza agacha, mientras el equipo y las circunstancias pedían sangre y sudor. Es sólo un caso, pero también hay varios.

Los seis partidos del interinato de Scaloni parecen haber sido una bocanada de aire fresco, con la oportunidad a nuevos nombres, a jóvenes promisorios, aunque no del todo maduros, que tendrán su prueba de fuego en la Copa América del 2019.

En el fracaso de la selección quedó entrampado el mejor del mundo, tal vez sin la fortaleza mental para revelarse en los momentos en el que equipo necesitaba sólo de él, aunque está claro que también fue el

mesías providencial de otras situaciones claves.

El fútbol está enfermo, pero lo rodea tanta pasión, tanta enjundia, que sigue, aunque sea a los golpes.

Quienes respiramos fútbol, aquellos que vemos a los chicos dar sus primeros pasos, experimentar sus primeros ahogo, acertar en los pases, sentir la inexplicable sensación de gritar un gol, no nos damos por vencidos. Ni siquiera porque el sobrepeso, las articulaciones o los ligamentos nos han sacado la ductilidad, la precisión y el cambio de ritmo en el picado con amigos.

Aquellos que sufrimos y gozamos, nos cuesta entender cómo un arquero profesional no sabe dominar el área chica, como un defensor no sabe cuidar las espaldas, como el bloque no coordina los relevos, como hay varios espectadores dentro de la cancha que no marcan, porqué cuesta tanto hacer dos cortos y un largo, porqué hay cada vez menos «9» que saben jugar de espaldas y ni que hablar de la huerfandad de los viejos «10», aquellos enganches prodigiosos que hacían de director de orquesta.

Será cuestión de recobrar la esencia, de volver a nuestras fuentes, de darle la importancia al juego, a la preparación, a los esfuerzos, de darle prioridad a la lucha contra las asimetrías de los clubes ricos y aquellos hasta los que les cuesta pagar el traslado, el operativo policial o el mantenimiento del estadio.

El fútbol se ha transformado en un verdadero comercio, es innegable. Pero en el mismo mundo de los negocios hay ética, transparencia y previsión, que permite cumplir con los objetivo y hacer crecer el negocio.

La cuestión es la conducción corrompida, los representantes inescrupulosos, los parásitos a los que les importan sólo que los carteles luminosos de los grandes sponsors sobresalgan ante las cámaras de televisión.

Necesitamos a los viejos soñadores, a los trabajadores incansables del bien común, a los que se destaquen por sus capacidades, su inteligencia, por sus habilidades para generar consenso, aquellos que se destaquen por su razonabilidad, pero también por su valentía para luchar contra los perversos, los violentos,  los ventajeros o los reyes de la clandestinidad.

Nos dicen que somos locos porque nos importa más el resultado de un partido que la corrida del dólar, la inflación, la violencia de género, el desempleo, la inseguridad que no nos deja vivir en paz.

El fútbol es una de las grandes industrias mundiales y la FIFA una de las corporaciones más importantes del planeta. La materia prima del fútbol es la pasión y como en varias otras actividades, somos pioneros y ricos en esa materia prima, podemos exportarla y llenarla de valor.

Depende que en ese ADN plagado de sentimientos no nos siga ganando el argentinismo de corto plazo.

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