Una espeleóloga rusa halló por accidente 14 piezas ceremoniales tlacotepehuas en una caverna sagrada a 2.387 metros de altura. El INAH confirmó que estuvieron ocultas por más de 500 años.
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Lo que parecía basura abandonada resultó ser un tesoro arqueológico intacto desde hace al menos cinco siglos. Así comenzó el descubrimiento de 14 objetos rituales prehispánicos en la cueva de Tlayócoc, en las montañas del estado mexicano de Guerrero. El hallazgo fue realizado en septiembre de 2023 por la espeleóloga rusa Yekaterina Katiya Pavlova y el guía local Adrián Beltrán Dimas, y fue confirmado recientemente por arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Los objetos, cuidadosamente dispuestos sobre estalagmitas esféricas, incluyen brazaletes de concha, discos de piedra negra y una concha de caracol gigante decorada, además de un trozo de madera carbonizada. Estaban ocultos a más de 150 metros dentro de la cueva, protegidos por la humedad estable del entorno y por siglos de creencias sobre los “malos aires” de la caverna, conocida localmente como fuente de agua y guano de murciélago.
La cueva de Tlayócoc —cuyo nombre en náhuatl significa “cueva de los tejones”— se encuentra a 2.387 metros sobre el nivel del mar, cerca de la comunidad nahua de Carrizal de Bravo. Allí, los investigadores hallaron dos estalagmitas trabajadas con forma fálica, sobre las que se colocaron los objetos ceremoniales, lo que sugiere su uso en rituales de fertilidad. El arqueólogo Cuauhtémoc Reyes Álvarez, del Centro INAH Guerrero, explicó que los motivos grabados hacen referencia al planeta Venus y posiblemente a Quetzalcóatl, integrando simbolismo cósmico y agrícola.
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El conjunto fue fechado entre los años 950 y 1521 d.C., dentro del periodo Postclásico, y atribuido al pueblo tlacotepehua, una cultura poco documentada y considerada rama de los tepuztecas, cuyo centro político fue la actual localidad de Tlacotepec. Esta población desapareció con la llegada de los españoles, que repoblaron la zona con grupos nahuas para explotar recursos minerales.
En marzo de 2025, arqueólogos del INAH realizaron un inventario detallado en el lugar, destacando el excepcional estado de conservación de las piezas, favorecido por el ambiente cerrado de la cueva. Según el estudio de Pavlova, la caverna tiene una longitud de 251.86 metros y se formó por la disolución lenta de piedra caliza, lo que la hace geológicamente estable.
Hoy, los habitantes de Carrizal de Bravo —descendientes de antiguos pastores conocidos como “chiveros”— custodian los objetos en coordinación con el INAH, que lanzó una campaña de sensibilización para proteger este legado. Las piezas, registradas oficialmente, permanecen bajo resguardo comunitario mientras se planifica un estudio exhaustivo de conservación y exhibición.
Fuente y foto: DW