Por ABUELA LUISA
Les voy a narrar, en la forma más seria posible, la muerte de una pulga, o la hipótesis a que mis nietos echaron mano para certificar dicha muerte.
Les cuento que tengo un gato al que bautizamos Fermín, con la esperanza de que acuda cuando lo nombramos sin tener la necesidad de frotar dos cuchillos, sonido que Fermín tiene tan bien registrado que creo que el nombre es lo de menos.
Pero entre varias calamidades que trajo Fermín, y que iremos combatiendo de a poquito, debemos destacar que nuestro gato está ¡¡¡¡LLENO DE PULGAS!!!!
Y tan grande es su número que no nos ha sido posible bautizarlas una a una.
Por esa razón, el primer enigma de la muerte de la pulga es que no podemos registrarla por su nombre.
La opinión de mis nietos con respecto a lo que se hace con los problemas de Fermín es para mí de gran valor y concretamente, con el tema de las pulgas, todos estuvieron de acuerdo en no usar producto alguno para combatirlas ya que matarle las pulgas al gato cuando visitan a la abuela es un deporte sumamente apasionante.
Cuando Fermín está dormido se convierte en un muñeco de peluche color dulce de leche. Se deja despatarrar y sin abrir los ojos, adopta las posturas más extravagantes, como quedarse panza arriba con las cuatro patas estiradas, dando margen a ver cómo las pulgas juegan a las escondidas entre los pelos de su barriguita de terciopelo.
En cambio, si el gato está con ganas de jugar, la cacería de las pulgas se hace más difícil porque se resiste vigorosamente y da zarpazos terribles.
Un elemento interesante que nos puede ayudar a descifrar el enigma que nos ocupa es el comportamiento de los mencionados insectos.
Un día, por ejemplo, uno de mis nietos, el más chico y, por lo tanto, el menos diestro en la caza de pulgas, gritaba desesperado porque de un salto, una de ellas se le escapó de las manos.
Pero juró y re-juró que, de otro salto, el insecto volvió al cuerpo gatuno y se escondió para siempre.
A partir de ese suceso ya no pude estar tranquila calculando cuántas se escaparían y en lugar de pasear en gato estarían en la novedosa posibilidad de hacerlo en algún ser humano. Por ejemplo: ¡YO!
Investigué en qué forma mataban mis nietos a las pulgas y encontré que la mayoría hacía lo lógico: las reventaban entre los dos pulgares ayudando con las uñas. Muerte despiadada como hay pocas.
Me concentré en continuar con el censo hasta comprobar que Fermín había sido liberado ya de 15 dañinos insectos y a partir de allí perdí la cuenta.
Pero acá llegamos al enigma de la posible muerte de la pulga cuando mi nieto Julián confesó que sólo había conseguido cazar una y, sin saber qué hacer con ella, la tiró por la ventana
Esto ocasionó una reunión formal con mis cinco nietos porque no es tan fácil diagnosticar de qué manera murió una pulga tirada desde un piso 13, suponiendo que el insecto, realmente hubiese llegado así al fin de su existencia.
La opinión de mi nieto Santiago está muy acorde con su edad (18 años y creo que está enamorado)
– Y… chicos…, la pulga es muy liviana, casi una plumita, el viento la transportó hasta el jardín vecino donde se encontró con una perrita. La pulguita sólo cambió de hábitat y ahora es feliz con otras pulgas y sus hijas las pulguitas.
Mi nieto Diego (14 años) ansía encontrarse con un extraterrestre
– Que la pulga se pegó flor de porrazo es indiscutible, pero pudo salvar su vida gracias a un algodoncito que había en el jardín. Pero ¡oh casualidad! Esa noche aterrizó junto a ella un pequeño plato volador y sus tripulantes, tan pequeños como la pulga, la descubren. A estas horas están investigando a ese ser interesante en otra galaxia, en sofisticados laboratorios, construidos con extraños materiales.
Todos escuchamos a Diego respetuosamente, pero sin dar mucho crédito a esa hipótesis tan fantástica.
Entonces intervino Joaquín (13 años) a quien le gustan los cuentos terribles de Horacio Quiroga.
– La pulga cayó al jardín, ilesa, pero allí estaba “El justiciero”, el portero que lo investiga todo. En cuanto la vio la puso entre las uñas de los pulgares y… je,je, acabo de escuchar el chasquido que hizo al reventar.
Esto nos dejó bastante impresionados pero, por suerte, se manifestó Julián con sus inocentes 9 años. – Yo no quería que la pulguita se muera, por eso la tiré por la ventana. A lo mejor se fue en el tren que pasaba en ese momento y como ese tren pasa por Palermo, sólo deseo que salte hasta llegar al Zoológico y se instale en el elefante. Ahí sí que va a tener lugar para crear una gran familia.
La opinión de Sebastián (6 años) se hizo esperar porque estaba asomado en la ventana de la pieza de al lado, comiendo un enorme caramelo y todo pegoteado de dulce. Desde allí nos mostró su mano y gritó
– ¡La pulguita está acá pero no me la puedo despegar!
Y habiendo resuelto el enigma de la muerte de la pulga del piso13, me voy con Fermín a dormir una buena siesta.
Y espero que no me piquen las pulguitas.
¡CHAU!
Texto: Abuela Luisa
Ilustraciones: Abuela Marilú
Y mi pulguita ¿Dónde está?
María Luz Piriz (Abuela Marilú)