El papa Francisco pidió este viernes por los inmigrantes, los «hambrientos de pan y amor» y por la Tierra, al enumerar una serie de «cruces en el mundo» durante la celebración del Vía Crucis frente al Coliseo Romano.
«Ayúdanos a ver en tu cruz todas las cruces del mundo», dijo Francisco al celebrar la tradicional ceremonia de Viernes Santo, su séptima como pontífice, y antes de enumerar una serie de situaciones por las que pidió.
En sus pedidos, Jorge Bergoglio incluyó a «las personas hambrientas de pan y amor»; a «las personas solas y abandonadas incluso por sus propios hijos y parientes», y a las (personas) «sedientas de justicia y de paz».
Uno de los ejes de su pontificado estuvo presente y reclamó entonces también por «los inmigrantes que encuentran las puertas cerradas a causa del miedo y de corazones blindados por los cálculos políticos».
Tras pedir por «la Iglesia que se siente continuamente asaltada desde dentro y desde fuera», el pontífice expresó su preocupación ambiental y reclamó por «nuestro hogar común que seriamente se marchita ante nuestros ojos egoístas y ciegos por la codicia y el poder».
Además, en lo que pareció una referencia implícita a la crisis de abusos que atraviesa la Iglesia, pidió por «los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza».
En un año en que el Vaticano ha tomado la inclusión de la mujer como eje, las meditaciones para el Vía Crucis fueron escritas por una monja italiana, Eugenia Bonetti, que centró su trabajo en la denuncia de la trata de personas y la condena especial a la prostitución.
«Pensemos en los niños de diversas partes del mundo que no pueden ir a la escuela y que, en cambio, son explotados en las minas, en los campos, en la pesca; vendidos y comprados por traficantes de carne humana, para trasplantes de órganos; abusados y explotados en nuestras calles por muchos, incluidos los cristianos, que han perdido el sentido de la sacralidad propia y de los demás», reclamó en esa línea en la sexta de las 14 estaciones en las que se dividió la pasión de Cristo.
«Como una menor de edad de cuerpo diminuto, encontrada una noche en Roma, a la que hombres en automóviles lujosos hacían fila para aprovecharse de ella», denunció el texto luego.
Bergoglio había llegado al Coliseo apenas pasadas las 16 hora argentina (21 de Roma), donde fue recibido por la alcaldesa local Virginia Raggi y una multitud de más de 20.000 personas.
Las calles aledañas estaban vacías desde primera hora de la tarde, cuando se cerraron las estaciones de subte y se dispuso un anillo de seguridad que se extendía más de un kilómetro a cada lado del histórico símbolo de Roma.
En ese contexto, Francisco se mantuvo serio y reflexivo, y siguió el acto desde un palco colocado al pie del monte Palatino, frente al anfiteatro Flavio, hasta que pronunció su discurso casi dos horas después de llegado.
Francisco había iniciado el Viernes Santo en la basílica de San Pedro, donde, postrado dos minutos en silencio en el piso, dio el primer paso para la denominada «celebración del Señor», que se caracteriza porque el Papa no predica sino que se limita a escuchar la homilía del predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, un capuchino de 84 años que también lo guía en sus ejercicios espiritual anuales.
Cantalamessa afirmó en su homilía que «la Iglesia ha recibido el mandato de su fundador de ponerse de la parte de los pobres y los débiles, de ser la voz de quien no tiene voz y, gracias a Dios, es lo que hace, sobre todo en su pastor supremo».