Bajo el sol tremendo de un día primaveral, la Plaza del Lector se llenó de gente, en su mayoría joven, para escuchar la apertura poética de la escritora Alejandra Kamiya y, después, ir en busca de esos libros leídos, releídos, subrayados, que siempre aportan una nueva revelación. Miles de personas amontonadas en los puestos, tiradas en el pasto o sentadas en todos los rincones de la plaza leyendo, comentando y generando conversaciones en torno a títulos que iban de Jorge Luis Borges a Gustave Flaubert, de Alejandro Dolina a Mariana Enriquez, de Rodolfo Walsh a Virginia Woolf, entre muchos otros.
Patricio Rago, escritor, librero y organizador de la FLU, explica a Télam que esta edición, apenas comenzada, ya es un éxito total. “A las cuatro de la tarde ya habían venido más de 10 mil personas. Imaginate que el año pasado, entre los dos días, habían pasado dos mil personas. Ya cuadruplicamos en un par de horas la expectativa del fin de semana. El día ayudó mucho. La gente no para de llevarse libros, sobre todo literatura, ensayo, poesía, está fascinada con la cantidad y la calidad de libros que hay. Superamos toda nuestra expectativa en un par de horas”.
MIRÁ TAMBIÉN | Un choque frontal entre un auto y un micro dejó un muerto en Río Negro
El escritor Martín Kohan, que ofreció una charla sobre la lectura, el tiempo y la materialidad de los libros ante un público fervoroso por saludarlo y sacarse fotos con él, reflexionó sobre la temporalidad en el acto de leer: “Los beneficios que cada innovación tecnológica aporta son notorios, valiosísimos, y los asimilamos. Pero suponer que tenemos que plegarnos necesariamente, en todos los casos, a condiciones habilitadas por nuevas tecnologías, me parece que es quitarnos una posibilidad de sopesar y elegir modalidades. Estoy pensando en mis prácticas más fuertes, la lectura y la docencia. El espacio del aula: la vieja invención de que un grupo de personas se reúnan en un mismo lugar -los cuerpos que comparten un mismo espacio- y uno toma la palabra y anota ciertas cosas con tiza en un pizarrón o con fibrón en una pizarra, y va guiando lo que está diciendo con una apoyatura, y se genera un intercambio con la gente ahí presente y se enriquece con el intercambio”.
«Ese formato es perfecto -afirmó el autor de `Bahía Blanca´- Ese formato, a mi criterio, funciona muy bien así como está. Reivindico el formato del aula y la tradición del dictado de clase; podemos incorporar elementos de la tecnología, está perfecto, pero no soy de los que se inquietan al corroborar que damos clases de un modo bastante parecido a como lo hacíamos hace cien años. No necesariamente formatos más sofisticados mejoran la calidad de la circulación de la palabra en un espacio de enseñanza. Análogamente, la lectura, ese viejo dispositivo tecnológico, el libro, sigue siendo preferible para muchísima gente. Esto es fácil de corroborar».
«Hace unos 20 años, cuando entró en crisis el formato disco como soporte de escucha musical, hubo un rebote en la industria editorial temiendo que pasara con los libros lo que empezó a pasar con los discos. Es interesante constatar, 20 años después, que no pasó eso con los libros. No se mira igual televisión, no se escucha música igual, pero hay algo en esa invención prodigiosa, en las hojas, en la marca del lápiz, en el subrayado, que perdura; es un soporte para la experiencia de la lectura que claramente no declina”, señaló.