Bostezar cuando otro lo hace no es una simple coincidencia. Estudios en neurociencia explican cómo este gesto cotidiano está ligado a nuestras emociones, relaciones y evolución como especie.
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Bostezar es un gesto tan automático como enigmático. Aunque durante mucho tiempo se asoció con el sueño o el aburrimiento, la ciencia descubrió que tiene raíces mucho más profundas. En especial, el fenómeno del bostezo contagioso, que ocurre cuando ver o escuchar a alguien bostezar provoca en nosotros la misma reacción, tiene una explicación en la neurociencia actual.
Según investigaciones recientes, esta respuesta involuntaria está relacionada con la empatía motora y con un grupo específico de células cerebrales: las neuronas espejo. Estas neuronas se activan cuando observamos a otra persona realizar una acción y permiten que el cerebro la «simule» internamente. Este sistema explica por qué, al ver a alguien bostezar, sentimos el impulso de hacerlo también.
Este mecanismo es el mismo que se activa cuando compartimos emociones, como llorar al ver a alguien triste o reír cuando otros lo hacen. Y no todos reaccionan igual: las personas con mayor nivel de empatía o sensibilidad emocional tienden a contagiarse más rápidamente. De hecho, estudios muestran que el bostezo compartido ocurre con más frecuencia entre personas con lazos afectivos estrechos, como familiares, parejas o amigos.
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Desde una perspectiva evolutiva, algunos científicos sostienen que bostezar al unísono tenía un propósito social en los grupos primitivos. Podía servir para sincronizar los ritmos del grupo, como una señal de que era hora de dormir o de estar alerta ante una amenaza. En ese sentido, el bostezo funcionaría como una forma de comunicación no verbal, útil para la cohesión del grupo.
Este fenómeno no es exclusivo de los humanos. Se ha observado también en otras especies sociales, como chimpancés, bonobos, macacos e incluso perros. En los primates, el bostezo contagioso se da más entre miembros del mismo grupo social. En el caso de los canes, varios estudios sugieren que pueden contagiarse de los bostezos de sus dueños, lo que refuerza la teoría del vínculo emocional.
En resumen, bostezar cuando alguien más lo hace no es un simple acto reflejo: es una expresión física que revela la compleja interconexión de nuestras emociones, nuestra evolución y nuestras relaciones sociales. Un gesto que, aunque cotidiano, sigue despertando el interés de la ciencia.
Fuente: TN
Foto: cibdol