Entre playas de arena, un fortín del siglo XVIII y el primer partido de polo del país, Ranchos invita a una escapada donde el tiempo parece detenerse.
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A veces, para desconectarse no hace falta viajar lejos, y el pueblo de Ranchos, en el sudeste bonaerense, lo demuestra. A poco más de 100 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, este rincón sereno combina paisajes naturales, historia viva y tradiciones criollas en una propuesta ideal para una escapada sin prisa.
Ubicada en la intersección de las rutas 29 y 20, la Laguna de Ranchos es el corazón del pueblo. Rodeada de verde, con playas de arena fina y aguas calmas, es perfecta para pasar la tarde con el mate en la mano, caminar o simplemente sentarse a contemplar el horizonte. Aunque en otros tiempos fue más extensa, las lluvias le devuelven su esplendor y belleza natural.
Pero Ranchos no es solo naturaleza: su pasado late fuerte. A pocos metros de la laguna se encuentra el Fortín Nuestra Señora del Pilar, fundado en 1781 para frenar los avances indígenas. Allí nació el pueblo, poblado por los Blandengues y familias asturianas. Su impronta se siente en las construcciones coloniales y en el aire mismo que se respira.
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Otro sitio emblemático es la Estancia de Negrete, una de las más antiguas del país. Su casco actual, de 1863, guarda un hito histórico: fue sede del primer partido de polo en Argentina, en 1875. El lugar sigue en pie como símbolo de la vida rural bonaerense y la cultura de la llanura.
Quienes deseen profundizar en la historia pueden visitar el Museo Histórico Marta Inés Martínez, instalado en una casona del siglo XIX con tejas francesas. Allí se exhiben boleadoras originales, armas coloniales, herramientas de campo y objetos que relatan la vida en la campaña y las luchas por el territorio.
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Las fiestas populares también son parte esencial de Ranchos. En enero, se celebra la Fiesta Nacional del Fortín, con destrezas criollas, música y sabores regionales. Y en octubre, la comunidad se reúne para homenajear a su patrona en el Día de la Virgen del Pilar, con procesiones y festejos que llenan las calles de devoción.
En definitiva, Ranchos es mucho más que un destino: es una pausa en el tiempo, donde el cemento se cambia por tierra y el ruido por el canto de los pájaros. Un lugar donde la historia no está en los libros, sino en las esquinas, las fiestas y la calma de su laguna.
Fuente y foto: Mdz