En un mundo cada vez más dividido por guerras, intereses políticos y fanatismos, la paz se alza como una necesidad urgente y no como una utopía lejana. Basta con mirar los rostros de los niños en medio de los escombros, las familias desplazadas, las escuelas destruidas, para entender que en cada conflicto los que más sufren son los inocentes. Como dijo el premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai: «Con armas puedes matar a los terroristas, con educación puedes matar el terrorismo».
Las bombas no distinguen entre uniformes y mochilas escolares. Por eso, cada vez que una ciudad se convierte en campo de batalla, se apaga una parte del futuro de la humanidad. «No hay camino para la paz, la paz es el camino», enseñaba Mahatma Gandhi, en una frase que sigue resonando con fuerza cada vez que la violencia se impone sobre el diálogo. Los líderes del mundo deben recordar que los acuerdos y la diplomacia salvan vidas, mientras que la indiferencia las pierde.
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Defender la paz es defender la vida. No se trata solo de evitar guerras, sino de construir sociedades justas, con empatía y respeto. Como escribió Albert Einstein: «La paz no se puede mantener por la fuerza, solo se puede lograr mediante la comprensión». Mientras haya niños llorando por una guerra que no entienden, el compromiso de cada persona con la paz debe ser más firme que nunca.