Más allá del amor o el trabajo, aprender una nueva lengua activa múltiples áreas del cerebro, genera cambios físicos en su estructura y potencia habilidades cognitivas, especialmente en la infancia.
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Estudios recientes confirman que aprender un nuevo idioma va mucho más allá de la comunicación: implica un profundo ejercicio mental que transforma literalmente la estructura del cerebro. Según expertos en neurociencia, este proceso activa circuitos complejos que integran percepción, producción de sonidos y coordinación motora, generando lo que se conoce como neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse y cambiar físicamente.
De acuerdo con el neurocientífico Arturo Hernández, de la Universidad de California, el cerebro utiliza dos redes clave al incorporar un nuevo idioma: una para procesar sonidos y otra para elegir cuáles se usarán. Estas redes se “reconfiguran” durante el aprendizaje, lo que implica cambios en el córtex auditivo y en áreas motoras que controlan los músculos del habla.
Un estudio realizado en Alemania en 2024 con refugiados sirios demostró que, al aprender alemán, los cerebros de los participantes presentaban un «recableado neuronal», aumentando la materia gris en regiones vinculadas con el lenguaje y la función ejecutiva. Según la neurocientífica Jennifer Wittmeyer, esto optimiza la memoria, el reconocimiento de sonidos y la pronunciación.
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Los niños tienen una ventaja clara: sus cerebros aún están en formación, por lo que captan con mayor facilidad sonidos, reglas gramaticales y vocabulario. Además, no necesitan traducir desde su lengua materna, lo que favorece una adquisición más natural del nuevo idioma.
Aunque ser políglota no equivale automáticamente a ser más inteligente, algunas investigaciones indican que mejora la memoria y la capacidad de resolver problemas. Sin embargo, los científicos advierten que no hay pruebas concluyentes de que el multilingüismo aumente el rendimiento en tareas ajenas al lenguaje, ya que intervienen muchos factores como el entorno y la educación.
Fuente y foto: DW