El 24 de noviembre se celebra el Día Mundial del Vino Tinto y el Día del Vino Argentino, una oportunidad para descubrir los orígenes de esta bebida que acompaña a la humanidad desde hace más de 8,000 años.
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La historia del vino se remonta al Neolítico, alrededor del 4000 a.C., en la región transcaucásica, entre los mares Negro y Caspio, cuna de la antigua Mesopotamia. Según el arqueólogo Patrick E. McGovern, esta bebida podría haber surgido tras el descubrimiento de la uva silvestre Vitis vinifera sylvestris en Oriente Próximo. Pruebas arqueológicas y textos antiguos sugieren que la domesticación de la uva y la producción de vino comenzaron en esta región, extendiéndose luego a Egipto, donde se cultivaba desde el 2500 a.C.
El vino tuvo un papel central en la cultura griega, marcando su mitología, medicina y ocio. Los griegos llevaron sus técnicas de vinificación a las colonias del norte del Mediterráneo, influencia que más tarde adoptaron los romanos. Durante la expansión del Imperio Romano, la viticultura se extendió a regiones como Francia, Alemania y los Balcanes, sentando las bases de las grandes zonas vinícolas que conocemos hoy.
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El vino cruzó el Atlántico tras los viajes de Cristóbal Colón. Misioneros españoles introdujeron la viticultura en América en el siglo XVI, comenzando en México, Chile y Argentina. En el siglo XIX, la inmigración europea consolidó el cultivo de uvas V. vinifera en Sudamérica y California, mientras que los británicos y holandeses llevaron la tradición vinícola a Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
Hoy en día, el vino tinto no solo es una bebida apreciada en todo el mundo, sino también el motor de una industria global que conecta a productores y consumidores. En Argentina, el vino tiene un lugar especial: en 2013 fue declarado Bebida Nacional, resaltando su importancia en la cultura y economía del país.
Fuente y foto: National Geographic