Durante décadas, la existencia de las estrellas oscuras fue solo una conjetura en el campo de la astrofísica. Ahora, gracias al telescopio James Webb, un equipo científico liderado por la pionera Katherine Freese cree estar más cerca que nunca de demostrar que estas estructuras existieron en los primeros días del universo. La comunidad científica observa con cautela pero con expectativa.
A diferencia de las estrellas tradicionales, cuya energía proviene de la fusión nuclear, las estrellas oscuras obtendrían su calor de la aniquilación de partículas de materia oscura. Estas partículas —aún teóricas— no emiten luz ni interactúan con la radiación, lo que las hace invisibles, pero potencialmente muy influyentes. Se cree que estas estrellas pudieron alcanzar masas 10 millones de veces superiores al Sol.
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Una de las razones que vuelve tan relevante esta hipótesis es que ofrecería una solución a un misterio persistente: ¿cómo se formaron los agujeros negros supermasivos tan poco tiempo después del Big Bang? Las estrellas oscuras permitirían que se generen en tiempos mucho más cortos que los posibles con las estrellas convencionales, acelerando la evolución cósmica en sus primeras etapas.
En 2023, el telescopio James Webb detectó tres estructuras que coinciden con la descripción teórica de las estrellas oscuras: brillantes, masivas y lejanas. Aunque algunos astrónomos creen que podrían tratarse de galaxias difusas, el equipo de Freese no se detiene. Planean aplicar espectroscopías en 2025 para obtener una «huella química» definitiva que confirme si efectivamente se trata de estas estructuras oscuras.
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Si se confirma la existencia de las estrellas oscuras, no solo cambiaría nuestra comprensión sobre los primeros instantes del universo, sino que también abriría nuevas preguntas sobre el papel de la materia oscura en la formación de estructuras cósmicas. Sería un hallazgo revolucionario que redefiniría el mapa del cosmos tal como lo conocemos.
Fuente: WIRED.