Tamy, el elefante asiático que pasó más de cuatro décadas en cautiverio, falleció este martes antes de poder ser trasladado al Santuario de Elefantes de Brasil. Su historia refleja el daño irreversible del encierro animal.
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Tamy, el último elefante asiático que quedaba en el Ecoparque de Mendoza, murió esta mañana en su recinto tras pasar más de 40 años en condiciones de encierro extremo. Su cuerpo fue hallado sin vida, tirado en el pequeño espacio donde transcurrió casi toda su existencia. Tenía 54 años.
La historia de Tamy está marcada por el abandono y el maltrato. Había sido entregado en 1984 por el circo de las Hermanas Gasca al antiguo zoológico de Mendoza. En sus primeros días, ya había intentado escapar. Desde entonces, vivió solo, sin árboles ni tierra blanda, con sus patas lastimadas y sin la posibilidad de caminar los kilómetros diarios que requiere su especie.
Tamy era el padre de Guillermina y compañero de Pocha, ambas trasladadas al Santuario de Elefantes de Brasil en 2022. Pocha murió meses después, pero Guillermina logró adaptarse. La idea era que Tamy siguiera sus pasos en 2026, tras un proceso de entrenamiento para recobrar la confianza en los humanos, debido a los traumas físicos y psicológicos del cautiverio y del tiempo en el circo.
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“Fue víctima de la burocracia, de intereses, de políticas lentas y de la soberbia humana”, lamentaron desde organizaciones de defensa animal. Sus permisos para cruzar la frontera estaban aprobados, su caja de transporte en construcción y el área para recibirlo en Brasil casi lista. Solo le faltaban dos años para lograr la libertad que le fue negada durante décadas.
En agosto de 2023 había comenzado un trabajo intensivo de rehabilitación con Ingo Schmidinger, entrenador alemán, y Johanna Rincón Alba, experta en bienestar animal. Por primera vez, Tamy empezaba a jugar, a relacionarse, a tocar troncos y disfrutar de un poco de arena. Su conducta se había transformado. “Tamy estaba cambiando. Volvía a confiar. Pero el cuerpo no resistió más”, contaron sus cuidadores.
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Durante más de 39 años, estuvo confinado en una fosa de cemento, sin posibilidad de desplazarse, sin cuidados básicos, ni estimulación física o mental. Su historia representa un emblema del maltrato institucionalizado en zoológicos, hoy transformados —en algunos casos— en ecoparques que buscan la reconversión, aunque muchas veces llegan tarde.
Tamy iba a ser el último elefante en cautiverio en Argentina, una vez que Kenya —la otra elefanta— partiera en los próximos días al mismo santuario del Mato Grosso. Hoy, su muerte expone los límites del cautiverio prolongado y abre nuevas urgencias sobre el destino de otros animales silvestres que aún esperan su libertad.
Fuente: La Nación
Foto: El Doce