Los océanos han actuado durante décadas como el gran amortiguador del cambio climático. Han absorbido más del 90% del calor adicional generado por la quema de combustibles fósiles y hasta el 30% del dióxido de carbono producido por los humanos.
Pero este rol de escudo tiene consecuencias: los océanos están llegando a un punto de crisis que impacta directamente en la vida marina y en la estabilidad climática global.
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Expertos como Angelique Melet, del monitor europeo Mercator Ocean, advierten que el ritmo de calentamiento oceánico se ha duplicado desde 1993. El IPCC ya alertó que este fenómeno está provocando olas de calor marinas más frecuentes, intensas y prolongadas. Estas condiciones extremas están devastando especies sensibles como los corales, de los que podría desaparecer hasta un 90% si se supera el umbral de 1,5 ºC de calentamiento global, algo que se espera para inicios de la década de 2030.
El aumento de la temperatura del agua no solo afecta a la biodiversidad, también eleva el nivel del mar. Esto ocurre por la expansión térmica del agua y el deshielo de glaciares y polos. Según estudios recientes, el ascenso del nivel del mar podría duplicarse nuevamente para fines de siglo, alcanzando 1 cm por año. Unos 230 millones de personas viven a menos de un metro sobre el nivel del mar, expuestas a crecientes riesgos de inundaciones y tormentas.
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Además del calor, el océano absorbe dióxido de carbono, lo que está provocando una creciente acidificación de sus aguas. Esta acidez deteriora los ecosistemas marinos al dificultar la formación de esqueletos en moluscos y crustáceos. Otro síntoma de alerta es la pérdida de oxígeno, esencial para la vida marina, atribuida a la combinación de factores como el calentamiento y la contaminación.
La reducción del hielo marino en el Ártico y Antártida agrava el problema: al derretirse más hielo, se expone más agua al sol, lo que incrementa aún más las temperaturas, en un ciclo que los científicos llaman “amplificación polar”. Si bien el deterioro oceánico es ya ineludible, los expertos coinciden en que aún se puede reducir la velocidad del daño con una drástica disminución de emisiones de gases de efecto invernadero y acciones de adaptación global.
Fuente: AFP.
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