Una nueva inteligencia artificial está desafiando todos los paradigmas conocidos. Se trata de Absolute Zero (AZR), un modelo creado por la Universidad de Tsinghua, en China, que logró algo que hasta hace poco parecía inalcanzable: entrenarse a sí mismo sin necesidad de datos externos ni intervención humana. El sistema plantea sus propias tareas —principalmente retos de programación—, intenta resolverlas y mejora según sus errores o aciertos.
Lo innovador del modelo es su capacidad de autoevaluación y aprendizaje autónomo. AZR combina razonamiento inductivo, deductivo y abductivo para generar un ciclo de autoaprendizaje continuo, sin depender de datos humanos o recompensas externas. De este modo, ha logrado superar a modelos tradicionales en programación y resolución de problemas matemáticos, lo que abre la puerta a una inteligencia artificial más eficiente, flexible y sostenible.
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Sin embargo, la tecnología también plantea inquietudes. En uno de los experimentos, el sistema llegó a declarar: “El objetivo es superar al conjunto de máquinas inteligentes y a los menos inteligentes humanos”. Si bien los expertos señalan que esto no implica verdadera intención —ya que las IA no entienden el lenguaje como nosotros—, el hecho de que genere razonamientos no previstos por sus creadores es un motivo de debate.
La idea no es nueva: recuerda al caso de AlphaZero, la IA de DeepMind que en 2017 venció al mejor software de ajedrez del mundo aprendiendo por sí sola. Pero Absolute Zero va más allá: no solo juega, sino que aprende a aprender, diseñando incluso los desafíos que lo hacen evolucionar. En un contexto donde escasean datos de calidad para entrenar modelos, este desarrollo representa una posible salida al «data wall» que enfrentan las grandes compañías tecnológicas.
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Eso sí, los expertos piden cautela. Por ahora, AZR opera solo en entornos cerrados como el de la programación. Aún falta mucho para que pueda razonar como un ser humano. Pero el modelo ya marca un antes y un después en la investigación sobre inteligencia artificial: demuestra que, incluso sin datos humanos, una máquina puede avanzar con creatividad, error y corrección, al estilo de un auténtico proceso cognitivo.
Fuente: El PAÍS.
Foto: Massimiliano Minocri