El comisionado de la localidad, Cristian Sánchez, describe el lugar como un «lugarcito para estar tranqui», resumiendo el espíritu de este paraje rural que ofrece descanso en contacto con la naturaleza.
Ubicado en el kilómetro 1610 de la Ruta Nacional 237, Villa Llanquín atrae a visitantes con su «balsa maroma» y un puente colgante sobre el río Limay. Este pequeño pueblo de alrededor de 300 habitantes ha experimentado un crecimiento turístico significativo en los últimos años. La balsa, que cruza el río, ha registrado entre 50 y 60 autos diarios, aumentando los fines de semana.
Rodeado de un paisaje donde las rocas se mezclan con las aguas transparentes del Limay, Villa Llanquín ofrece actividades como cabalgatas, trekking, pesca y flotadas en gomón. Sin embargo, muchos visitantes optan por caminatas y la contemplación de la naturaleza. «La gente siempre busca un lugarcito para estar tranqui», afirma Sánchez.
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La plaza central del pueblo alberga la sede de la Comisión de Fomento, la escuela-hogar y la capilla «Corazón de María». Además, cuenta con un almacén, verdulería y un «patio cervecero», que se ha convertido en una experiencia de campo para los visitantes.
Uno de los atractivos de Villa Llanquín es «Lavandas del Limay», un parque agroecológico de lavandas a unos 500 metros de la plaza. Allí se producen y comercializan productos aromáticos, aceites, velas, jabones, almohadillas y más. La llegada de turistas ha aumentado en los últimos años, buscando la paz y tranquilidad que ofrece el lugar.
Aunque la mayoría de los visitantes suele pasar el día, Villa Llanquín cuenta con opciones de alojamiento como hosterías, cabañas y campings. El turismo, aunque representa un flujo económico importante, plantea desafíos para la comunidad local, que busca gestionar tasas para contribuir al desarrollo del pueblo. A pesar de los obstáculos, Villa Llanquín sigue siendo un refugio para aquellos que buscan tranquilidad en la estepa patagónica.
Fuente: Télam