Helmar Harris nació y se crió en el Puente San Cristóbal. Es hijo de Anita Hamel y Eben Harris y tiene dos hermanas. Asistió a la Escuela 64 Loma Grande y es de región sabatista.
A la edad de 12 años, Helmar decidió dejar su hogar y trabajar cosiendo tapas de carnero en la estancia San Cristóbal. Fue la primera vez que don Eben, para llevarlo de vuelta a la casa familiar, fue a buscarlo con la policía.
Después, a los 15 años trabajó como albañil junto a un tal Paredes. Durante ese tiempo, vivió en la casa de su hermana, que había comprado su padre cerca de los bomberos voluntarios de Trelew. En la vivienda las habitaciones de los niños y la cocina estaban juntas, pero “lo único que quería” Helmar era que le cocinen un plato de comida. En ese entonces, al dejar su hogar en San Cristóbal, sólo se había llevado el recado. Entonces, utilizó tres chapas que colocó contra la casa y dormía debajo de ellas, sin importar el frío o el calor.
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Hasta que consiguió trabajo en el campo La Maciega, cerca de Camarones, donde se convirtió en arriero siendo aún joven, alrededor de los 16 años. Luego, le tocó hacer el servicio militar obligatorio. “En ese entonces los turcos como tanta bronca le tenían a mi papá por un chorro de agua, perdió la vida. Lo acribillaron atrás de un álamo. A dos tres metros de una compuerta. Yo trabajaba en una estancia estancia en Río Gallegos” afirmó Harris que en ese entonces tenía 21 años, y al regresar, se encontró sin hogar debido a problemas legales y sucesiones.
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Alos 23 años contrajo matrimonio con Antonia Painem y juntos tuvieron cuatro hijos: Juan, Cristina, Luis e Iliana. Fue ahí que decidió emprender el trabajo en hornos de ladrillos. Incluso los niños pequeños “me ayudaban a cargar el camión a cambio de caramelos” recordó.
Luego, se dedicó a trabajar en el campo, criando ganado vacuno, ovejas y cabras. Pasaba tiempo recorriendo La Meseta y enfrentando noches difíciles bajo la lluvia junto a los animales. También brindó sus servicios en varias chacras del Valle Inferior y Comodoro Rivadavia.
Hasta que finalmente la familia Harris se estableció en un campo cercano al cementerio de Gaiman. Cuando llegaron al lugar, solo había dos ranchitos. Helmar le compró el terreno a un señor llamado Mella. En uno de los ranchitos, las chicas dormían en una pequeña habitación que parecía un sótano, mientras que en el otro vivía con su Antonia. Además, tenían acceso a un pozo de agua con una ligera salinidad. El agua estaba disponible cada dos o tres horas.
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Harris también recordó que mientras vivió en el campo tuvo un conflicto legal con el municipio y el intendente, quien intentó expulsarlo con la ayuda de la policía. Sin embargo, el vecino de Gaiman ganó el juicio con la ayuda de un abogado. “Durante ese tiempo no tuve acceso a servicios básicos como luz y agua” afirmó. Hasta que la empresa encargada de construir las cloacas estacionó la maquinaria en su propiedad, y en agradecimiento extendió una cañería que luego de años le permitió tener acceso al agua.
Hoy Harris vive en una casa cercana a la plaza de Los Árabes de Gaiman. Sin embargo, y hasta el día de su muerte, hizo un acuerdo con el nuevo propietario del campo para continuar yendo con Antonia a regar sus plantas y cuidar los animales del corral que, historia de sacrificio y coraje entre las chacras del Valle y los inhóspitos campos de la Patagonia.