La historia oficial del arte muchas veces comenzó a narrarse desde el Renacimiento, atribuyendo los primeros logros femeninos en la pintura a figuras como Sofonisba Anguissola o Propercia de Rossi. Sin embargo, siglos antes de que estas artistas se destacaran en Italia, en la Antigua Grecia ya había mujeres que pintaban, enseñaban e incluso superaban a sus colegas varones en cotización y técnica.
Autores clásicos como Plinio el Viejo ya mencionaban en su Historia natural a pintoras como Timarete, Irene, Calipso, Aristarete y la brillante Iaia de Cícico. Esta última trabajaba sobre marfil, prefería retratar mujeres y logró precios de venta superiores a los de los retratistas más famosos de su época. Su destreza era tan admirada que fue considerada una de las artistas más talentosas de su tiempo.
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La tradición artística femenina en Grecia se remonta incluso a mitos fundacionales: mientras Hefesto dominaba el metal, Atenea protegía las artes del tejido, el bordado y la pintura mural. En la literatura, tejedoras como Penélope o Filomela utilizaron sus obras como vehículos narrativos. Y según la leyenda, una joven corintia inventó el retrato al dibujar la sombra de su amado en una pared.
Aunque muchas de estas creadoras trabajaban en talleres familiares, formadas por padres artistas, sus obras concretas no han llegado hasta nosotros. No obstante, los frescos de Pompeya y los retratos de El Fayum revelan la presencia activa de mujeres en la producción visual del mundo antiguo. Su huella, aunque relegada, ha sido rescatada por investigaciones recientes.
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El estudio de estas primeras pintoras permite repensar el canon del arte occidental y cuestionar las omisiones históricas que invisibilizaron sus aportes. Reconocerlas no solo hace justicia a sus trayectorias, sino que permite construir una historia del arte más amplia, inclusiva y verdadera.
Fuente: Infobae.