Los egipcios ya consideraban esta adición en su calendario, destacando la atención precisa que brindaron a la duración exacta de un año solar.
En la época romana, el calendario juliano introdujo la práctica de añadir un día extra cada cuatro años. Sin embargo, curiosamente, este día se colocabao después del 24 de febrero y no el 29, como es común en la actualidad. Los romanos llamaban a este día bisextum, término que perdura en la designación actual de años bisiestos.
La necesidad de ajustar el calendario se hizo evidente en el año 1582, cuando el Papa Gregorio XIII implementó la reforma gregoriana. Esta reforma corrigió el desfase acumulado, eliminando 10 días del calendario. Además, estableció el 29 de febrero como el día añadido en los años bisiestos, asegurando una mayor precisión y armonización con el año solar.
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El calendario gregoriano opera en ciclos de 400 años, con 97 años bisiestos y 303 años comunes. Esta estructura reduce la discrepancia con el año solar a menos de medio minuto por año, logrando una alineación casi perfecta entre el calendario y el tiempo que la Tierra tarda en dar una vuelta alrededor del Sol.
La influencia del calendario juliano en los nombres de los días se refleja en la terminología bisextum, que se transformó en bisiesto. Este fenómeno, que inicialmente generaba confusión en la transición entre calendarios, ha evolucionado para brindar una medida precisa del tiempo.
A lo largo de los siglos, la humanidad ha perfeccionado sus métodos para mantener la coherencia entre el calendario y el año solar. La reforma gregoriana marcó un hito al lograr una armonía casi perfecta, asegurando que los años bisiestos cumplan su función de corrección de manera efectiva.
FUENTE: NATIONAL GEOGRAPHIC.