El 2 de abril de 2005, la muerte de Juan Pablo II fue un momento histórico que conmovió al mundo. Su agonía había sido pública y seguida por miles de fieles que rezaban en la Plaza de San Pedro, sabiendo que el final era inminente. El anuncio fue hecho desde las escalinatas del Vaticano, entre llantos y oraciones, por el entonces arzobispo Leonardo Sandri.
Veinte años después, la muerte del Papa Francisco tomó a todos por sorpresa. A pesar de estar convaleciente tras una doble neumonía, había hecho apariciones públicas que transmitían calma. Falleció en la mañana del lunes, en la sencillez de su residencia en la pensión Santa Marta, lejos de los balcones papales y del bullicio de la plaza.
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Mientras Juan Pablo II fue despedido por multitudes que llenaron San Pedro durante días, Francisco partió en soledad. No hubo grandes concentraciones ni vigilias. La noticia la dio el cardenal camarlengo Kevin Farrell a través del canal oficial del Vaticano, usando las mismas palabras que Sandri: “Ha vuelto a la casa del Padre”, pero en un tono más sobrio y sin audiencia visible.
Las diferencias entre ambas despedidas reflejan la impronta de cada Papa. Juan Pablo II fue una figura mediática, de grandes gestos y masivas convocatorias. Francisco, en cambio, eligió un papado más austero, cercano, y su muerte no fue la excepción: sin cámaras, sin multitudes, sólo la voz oficial confirmando su partida.
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Con el fallecimiento de Francisco, la Iglesia inicia un nuevo proceso de transición. Tras la renuncia de Benedicto XVI y la elección de Francisco como un Papa reformista y pastoral, ahora se abre una nueva etapa, donde se pondrá a prueba el legado que deja y se definirá el futuro liderazgo del Vaticano.
Fuente: Reuters.
Foto: El Destape.