Tras el fin del régimen de Bashar Assad, miles de sirios retornan a su tierra natal. La reconstrucción es un desafío, y el Ramadán trae consigo tanto alegría como tristeza por las ausencias.
El derrocamiento de Bashar Assad marcó un nuevo comienzo para Siria y para miles de exiliados que decidieron regresar a su país. Sin embargo, el retorno no es sencillo. Para muchos, como Mariam Aabour, reencontrarse con su tierra significa también enfrentar la pérdida de seres queridos y hogares destruidos por la guerra.
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En Daraya, una de las ciudades más golpeadas por el conflicto, los vestigios de la guerra son evidentes. Edificios en ruinas, calles semidesiertas y familias que, a pesar de todo, intentan reconstruir sus vidas. En medio de este escenario, el Ramadán ha traído un consuelo efímero: la posibilidad de volver a escuchar la llamada a la oración y compartir el iftar con los que han logrado regresar.
La comunidad enfrenta enormes desafíos. Sin empleo estable y con servicios básicos limitados, muchas familias sobreviven con ayuda internacional y esperan apoyo para reconstruir sus hogares. Además, el peligro de minas sin detonar y la falta de documentación legal complican aún más el proceso de reinserción.
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A pesar de todo, quienes han regresado encuentran esperanza en la posibilidad de un futuro mejor. «Los edificios pueden levantarse de nuevo, pero la pérdida de nuestra gente es irremplazable», dice Saeed Kamel, quien, como muchos, intenta encontrar un equilibrio entre la tristeza del pasado y la esperanza en la nueva Siria.
Fuente: AP.
Foto: Omar Sanadiki – AP.