_Eso, que vengo a patentar una máquina del tiempo.
Ella emite una risita: ¿Cómo que una máquina del tiempo?
_ ¿No sabe lo que es una máquina del tiempo?
_Si, lo vi en las películas. Pero ¿usted quiere patentar una película con una máquina del tiempo, o quiere patentar una máquina del tiempo de verdad?
_Una máquina del tiempo.
_Disculpe señor, pero no existen las máquinas del tiempo.
_ ¿No vio una máquina del tiempo en una película, dijo?
_Si.
_Entonces existen.
La oficina es un diminuto monoambiente en un sexto piso de un viejo edificio en el centro de la ciudad. Hay una fila de asientos negros, que trinan cuando se usan. Él ya los probó todos. El escritorio es marrón y en la superficie tiene una placa amarilla de fibrofácil, desgarrada en una de sus esquinas. Nada es hermoso en esa oficina. Sólo ella, que lo mira asombrada con sus ojos marrones bien abiertos. Piensa que es lindo. Piensa que está loco. Piensa que le ve cara conocida. Piensa que tal vez lo cruzó en la Universidad. Ahí se encuentra con gente todo el tiempo, así que puede ser.
Él está ahora llenando un formulario.
_ ¿No tenés una birome?
_ ¿Qué?
_Si tenés otra biromé porque está no tiene tinta.
Típico, vienen a patentar una máquina del tiempo, pero no les andan las lapiceras, dice y se ríe. Él también se ríe. Ella le alcanza una birome.
_Disculpá ¿Y acá que pongo?
_Tu nombre, supongo ¿No la inventaste vos?
_Bueno, técnicamente no, pero soy el único que tiene una.
_A bueno, pero eso lo tenés que aclarar en observaciones, abajo de todo.
_A okey, gracias.
_De nada.
Creo que le gusto, piensa ella. A mí también me gusta, pero no voy a salir con otro loco. Bueno. Igual a lo mejor no está del todo loco… ¡Quiere patentar una máquina del tiempo! ¡está del bonete!
Él no deja de mirarla. De forma sincronizada, levanta la cabeza del formulario y la observa como un nadador que se asoma desde el agua a tomar aire. Es qué la conoce bien. Estuvieron casados 4 veces. En 3, sus hijos murieron por enfermedades congénitas. Tal vez herencia suya, tal vez de ella. No lo sabe, nunca se hizo los estudios. La última vez, intentó convencerla de no tener hijos y hubo un tiempo que pensó que lo había conseguido. Sin embargo, algunos años más tarde, ella se hundió en una depresión profunda. La encontró muerta en el baño, intoxicada con pastillas.
Maldito destino, dijo. Su futuro con ella, al igual que su pasado junto a ella, fue y seguiría siendo gris. Tan gris como aquella oficina de patentes. Él se resignó. No volvería a pedirle matrimonio, ni le va a cocinar arroz con pollo, su comida preferida, ni van a bailar una canción de Erasure, divertidos. No la va a invitar una y otra vez una copa de Pinot noir. No van a fumar un porro en la terraza bajo la luz de la luna. No. No van a volver a hacerlo nunca más.
_Buen día ¿en que lo ayudo?
_Buen día, como está. Quiero patentar una máquina del tiempo.
_ ¿Qué? _Eso, que vengo a patentar una máquina del tiempo.
Escrito por: Alejandro Cannizzaro